mardi, février 19, 2008

Carta al director de El País del 12 de febrero de 2008

Como resido fuero de España ha sido en su periódico donde he podido leer hace unos días el eslogan con el que el partido del Gobierno se dirige a los ciudadanos para pedirles el voto en las elecciones del próximo 9 de marzo. Le ruego tenga a bien publicar mi comentario al respecto.
Al leer la breve fórmula de tan sólo tres palabras, lo primero que me dije fue: “¿Por qué «motivos» en lugar de «razones»?”. Este último término pertenece al vocabulario propio de la filosofía o, si se prefiere, de las ideas políticas (en el buen sentido de la expresión), y razones es, en efecto, lo que un partido político decente, de la tendencia que sea, debe ofrecer a sus potenciales electores. En cambio, el término que ha elegido dicho partido para su campaña pertenece al léxico de la psicología, especialmente aplicada a la publicidad (... suponiendo que aún quede algún otro tipo de psicología), y del derecho, especialmente penal. Que la interferencia venga exclusiva o principalmente de este último campo, aunque no es inconcebible, no seré yo tan malicioso como para afirmarlo. No, la explicación más plausible hay que buscarla en una forma de psicologismo ambiente que está inundando a la sociedad entera y de la que tampoco ha sabido librarse la élite política (¡y menos que nadie los directores de campaña, precisamente!). Obsérvese que, hacia finales de la anterior legislatura, una película que (según parece, ya que yo no la he visto) intentaba denunciar los errores –y, al menos en un caso, la barrabasada, por no decir el crimen– cometidos por aquel Gobierno, en vez de Tenemos razones se titulaba precisamente Hay motivo... Sea como sea, la aplicación generalizada de ese tipo de psicología rudimentaria (que sigue el escuálido esquema “estímulo-respuesta”) es lo que ha producido la confusión de todos estos términos: el elector –como el cliente potencial, como el deportista, como el alumno o el estudiante, como el asalariado y, en fin, como hasta el ser humano en general– necesita, según eso, que lo motiven. Así pues, los publicitarios del partido han debido de decirse que ése es “el ingrediente que no ha de faltar” (por no decir que es “el único” ingrediente), no sólo en la campaña en general sino incluso en el propio eslogan. Y así, un partido político que pretende que aún le queda un poco de humanismo, trata a los ciudadanos como si fueran ratas de laboratorio.
Y en cuanto a lo de «creer»... A parte de que con el uso de este término se esté intentando compensar las malas relaciones entre el Gobierno y la Iglesia Católica –malas relaciones suscitadas, por un lado, por ciertas torpezas del uno, y, por el otro, y sobre todo, por la actitud crecientemente sectaria y obscurantista de la otra–, a parte de esto, digo, lo segundo que me he preguntado es: “¿qué otra cosa entenderán los propagandistas del partido del Gobierno por «creer»?” Esto en cuanto al eslogan mismo.
Permítaseme aún una palabra sobre otro aspecto de la campaña. Aunque siento cierta simpatía, o preferencia, por los moderadamente antipáticos, el carácter a todas luces exageradamente malhumorado de la actitud del principal rival y, en general, de todo su partido habría debido disuadir a quien pretende conseguir la renovación de su mandato de mantener su actitud innecesariamente risueña y simpaticona. Pero, como se ve, es más difícil que esta última observación mía pase de ser una impresión personal y subjetiva.

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