jeudi, mai 18, 2006

In Memoriam W. G. Sebald (18-05-1944 - 14-12-2001)


Hoy cumpliría sesenta y dos años.

Los emigrados (traducción de Teresa Ruiz Rosas), Barcelona, Editorial Debate, 1996.
Los anillos de saturno, una peregrinación inglesa (traducción de Carmen Gómez y Georg Pichler), Barcelona, Editorial Debate, 2000.
Els emigrats (traducció de Anna Soler Horta), Barcelona, Edicions 62, 2001.
Austerlitz (traducción de Miguel Sáenz), Barcelona, Editorial Anagrama, 2002.
Austerlitz (traducció de Anna Soler Horta), Barcelona, Edicions 62, 2003.
For years now, Santander, Editorial Límite, 2003.
Sobre la historia natural de la destrucción (traducción de Miguel Sáenz), Barcelona, Editorial Anagrama, 2005.
Del natural (traducción de Miguel Sáenz), Barcelona, Editorial Anagrama, 2004.
Pútrida patria : ensayo sobre literatura (traducción de Miguel Sáenz), Barcelona, Editorial Anagrama, 2005.

My life without her..., o algo más de otro mundo



[29 de abril de 2006]

Ya fuera de ese ciclo he visto The secret life of words, la última película de Isabel Coixet, que ha obtenido los tres principales Goyas en 2006. La propia directora, que habla bastante bien francés, ha estado estos días en Francia haciendo la promoción, y yo he podido oírla en la radio y verla en la televisión, cómo ironizaba sobre el hecho de que sean los hermanos Almodóvar quienes hayan producido su película (buen gusto como productores que les honra). El mejor ejemplo de lo que la diferencia a ella del español preferido por los franceses es lo que dijo acerca del ideal de belleza femenina del manchego : que es, por ejemplo, Penélope Cruz, mientras que para ella es Sarah Polley. Precisamente la interpretación de la canadiense, que en cierto modo nos “descubrió” Coixet en su anterior My life without me, es con mucho lo mejor de una película por lo demás bastante interesante. Creo que en esta fotografía (aunque no en todas) se puede apreciar algo del verdadero “halo espiritual” o “aura” que la envuelve, y que Coixet saber captar en sus dos colaboraciones.

Broza y una flor como de otro mundo

[13 de abril de 2006]

Del 5 al 11 de este mes de abril ha habido también aquí, en los cines Cameo de Nancy, una “Semana Espanola” [sic], que hasta el año pasado sólo se celebraba en los Cameo-Ariel de Metz.

He visto Soldados de Salamina, la adaptación que dirigió David Trueba en 2003 a partir de la novela, o lo que sea, de Javier Cercas de 2001. De antemano ni el periodista-novelista gerundense de origen extremeño ni, menos aún, el director (hermano de su hermano) me interesaban en lo más mínimo, lo que pasa es que sabía que el libro trataba de la historia del fusilamiento fallido de Rafael Sánchez Mazas (escritor, fundador de Falange Española y ministro sin cartera en el primer Gobierno de Franco... y padre de Ferlosio) ; sabía, además, que de la novela se habló bastante en su momento y que incluso su traducción francesa se ha vendido mucho (en parte gracias a la fotografía de la portada, probablemente de Robert Capa, y en parte porque el asunto de la “Guerre d’Espagne” sigue interesando mucho por aquí). Pero nada de esto en realidad quería decir gran cosa. Efectivamente, la película no vale una perra gorda desde ningún punto de vista; francamente, creo que no merece la pena dedicar tiempo a criticarla desde todos lo puntos de vista. Quedémonos con un gran actor desaprovechado, Joan Fontseré, que ha trabajado mucho con Albert Boadella y que aquí interpreta a Sánchez Mazas, y sobre todo con los pocos minutos en que vemos a Chicho Sánchez Ferlosio (persona educadísima, poeta y conocido letrista, entre otros, del grupo de La Mandrágora, y tercero de los cuatro hermanos Ferlosio), que el pobre estaba ya bastante delicado de salud (moriría poco después), hablando de lo que les solía contar su padre al respecto.

Estaba programada La luz prodigiosa, de Miguel Hermoso (director tal vez algo más solvente), no sé si basada también en alguna novela, y en la cual, según el programa, se fantasea un poco con la idea de que un mendigo desmemoriado que deambula por las calles de Granada, y que –como ése que hace poco en Inglaterra decía no saber quién era– resulta ser bastante buen pianista, pueda ser nada menos que García Lorca, ya que, como no todo el mundo sabe, el cadáver de éste nunca se ha encontrado (ésta fue, por cierto, la misma suerte que corrieron los de varias decenas de miles de fusilados o abatidos anónimos no sólo durante la Guerra Civil sino incluso hasta mucho años después). De todas maneras, esta película no la he podido ver. (Pero sí vi el otro día por televisión Fugitivas, también de Miguel Hermoso, una especie de “road movie” con niña, con paisaje y paisanaje andaluces: rutinaria y un poco ruidosa)

Sí he podido ver, en el mismo ciclo, Poniente, una especie de drama social sobre el boom de los invernaderos almerienses, la presencia masiva de inmigrantes y los problemas de racismo que se derivan ; en todo caso, cinematográficamente hablando, sin gran interés. La película está dirigida por Chus Guitiérrez y en el guión figura Icíar Bollaín, quien ya había tratado una parte de este asunto en Flores de otro mundo, película que no vi en su momento.

En noviembre o diciembre estuvieron poniendo en los mismos cines Cameo de que estoy hablando, durante una semana o dos, El cielo gira, de Mercedes Álvarez, pero no tuve ocasión de verla, así que, como ahora la programaban también en la “Semana Espanola”, esta vez me las he arreglado para ir a verla. La película había obtenido varios premios en diferentes festivales, entre ellos en uno que se llama “Cinéma du réel”, en París; ello explica quizá la presencia en provincias de una película a priori muy poco comercial (pero no nos quejemos: aquí en Nancy se pueden ver a veces cosas bastante raras). Bueno, pues es, sencillamente, una de las mejores películas que yo haya visto en muchos años, y dentro del cine español debería figurar ya entre las mejores. Una película que nace ya como un clásico, cine tan puro tan puro que a la gran mayoría de sus posibles espectadores, acostumbrados como estamos todos a la irrespirable fealdad, a la impepinable agresividad y a la infinita insignificancia de las imágenes que nos rodean hasta la asfixia, lo que nos pueda quedar ya de espíritu corre el peligro de salir totalmente conmocionado: belleza balsámica, amabilidad desacostumbrada y mucho (y buen) sentido es lo que hay en esas luminosas imágenes (sin música) y en esas conversaciones propiciadas, filmadas, seleccionadas y montadas por Mercedes Álvarez.

Carta al director de El País, no publicada.

El pasado lunes 6 de febrero observé que en la edición de internet del suplemento Babelia de El País correspondiente al 4-02-2006, no en el artículo de don Antonio Iriarte sino en la breve presentación del mismo, se había deslizado un error ciertamente de bastante bulto al confundir nada menos que al gran narrador edimburgués objeto del artículo y autor de las dos “fábulas” que allí se presentaban (en traducción, supongo, del propio don Antonio Iriarte, pero este extremo tampoco quedaba claro) con el no menos conocido “creador de Robinson Crusoe”, es decir, con Daniel Defoe, uno de los pioneros –un siglo y medio antes– de la novela en lengua inglesa. A la persistencia, seis días más tarde, del mismo flagrante patinazo (al lado del cual incluso la afirmación de que Stevenson era inglés es pecata minuta) sólo encuentro tres explicaciones, no sé cuál más increíble : o bien nadie ha leído el artículo (lo cual a mí me parece imposible, y no me lo van a negar precisamente ustedes), o bien nadie de entre las miles de personas que lo han leído ha tropezado con semejante enormidad, o bien a ninguno de los muchísimos que han tenido que tragársela le ha importado en lo más mínimo. El hecho de que los errores que se deslizan de vez en cuando en su periódico son de mucha menor cuantía y la razonable probidad a que, en general, el mismo nos tiene acostumbrados a sus asiduos lectores creo que acaban de explicar mi perplejidad. Así pues, mi imposibilidad de creer lo increíble, y no otra motivación, me ha animado a dirigirme a ustedes para que al menos subsanen tan craso errror y, si es posible, me ofrezcan una explicación razonable de tan deplorable «prodigio».
Nancy (Francia), 10 de febrero de 2006.

Mamamparo

Dentro de ti : albúmina, huevo, pez,
Todas las edades de la tierra
Las he recorrido metido en tu placenta,
Fuera de ti mis días están contados.

Dentro de ti : de célula a esqueleto,
Multiplicándome por un millón ;
Fuera de ti he crecido poco más.
Lleno de tu plenitud salí por fin
Sin dejarte vacía porque el vacío
Me lo llevé conmigo.

Llegué desnudo, tú me arropaste,
Así aprendí la desnudez y el pudor,
La hora de comer, y qué era tener hambre.
Me metías en la boca todas las palabras,
En cada cucharada, todas menos una : mamá.
Ésta, el hijo la inventa moviendo sus dos labios.
Ésta, el hijo la enseña.

De ti aprendí las palabras de la aldea,
Las canciones, las injurias, las blasfemias.
De ti oí los primeros cuentos,
Detrás de la fiebre de la varicela.

Te ayudé a vomitar, a limpiar las lentejas,
A escribir una carta, a encender la lumbre,
A terminar tu crucigrama ; te serví vino,
Y manché la mesa.

No te he dado nietos.
No has tenido que llamar a la puerta de una prisión,
Por el momento.
De ti aprendí el luto y cuándo terminarlo.
Me parezco a tu padre, a tu hermano,
No he sido un hijo.
De tí tengo el color de los ojos
No la dulzura de la mirada.
A ti todo te lo he disimulado.

Prometí quemar tu cuerpo,
No dárselo a la tierra. Te daré al fuego,
Hermano del volcán que orientaba nuestro sueño

Te esparciré por el aire
Después de la tormenta
A la hora del arco iris
Que te hacía abrir los ojos como platos.

(traducción ligeramente adaptada de « Mamm’Emilia » de Erri de Luca, in Il contrario di uno, Torino, Feltrinelli, 2003).

jeudi, mai 11, 2006

Gorrión

“The opening bars, the hammer-beat accelerando of Édith Piaf’s Je ne regrette rien –the text is infantile, the tune is stentorious, and the politics which enlisted the song unattractive– tempt every nerve in me, touch the bone with a cold burn and draw me after into God knows what infidelities to reason, each time I hear the song, and I hear it, uncalled for, recurrent inside me.” (George Steiner, Real Presences, London, Faber & Faber, 1989, p. 183)


“(El « duende ».) La telúrica pedantería del narcisismo andaluz, por la que pretenden que sólo ellos pueden llegar a sentir y comprender plenamente lo suyo y por la que si te atreves a dar palmas en una sesión folclórica (que, por cierto, tan sólo los ingleses se han demostrado capaces de aguantar más de una vez), te sugieren, amable pero piadosamente, que más vale que lo dejes, porque nunca acertarías con el compás, les lleva a presumir de que lo que llaman « duende » es una cualidad única y privativa de algunos de sus cantaores ; pero el « duende » no tiene más misterio que lo que en todo Occidente se conoce como pathos, o sea, la capacidad patética, en este caso de una entonación y de una voz. Y, ¡lo que son las cosas!, de cuantos cantaores haya yo podido jamás oír, nadie nunca ha alcanzado, ni con mucho, el duende, absolutamente arrebatador, de Édith Piaf.” (Rafael Sánchez Ferlosio, Vendrán más años malos y nos harán más ciegos, Barcelona, Destino, 1993, p. 116)


“Tan sólo –y de eso hace ya bastantes años– una mujer pequeña, fea y de apariencia física casi contrahecha, pero una artista excepcional por la irresistible fuerza de expresividad patética que impulsaba su voz y su dicción (aquellas errres rrrodadas y vibrantes que le imitó el bellaco de Brassens), como Édith Piaf, lograba lanzar tan lejos y tan fuera de sí misma sus canciones que ningún público podía negarse a ellas. Bien es verdad que Édith Piaf era sólo cantante, y es en la danza donde, en tanto que arte visible, juega un papel esencial la apariencia del ejecutante, de modo que la prueba comparativa que haría al caso en relación con Piaf, en cuanto a un supuesto aumento del valor del atractivo físico frente a la pura calidad profesional, sería la de averiguar si hoy una cantante comparable –¡con aquella cantante incomparable!–, en tanto que cantante, con aquella, y de una apariencia física tan poco agraciada como fue la suya podría alcanzar un grado de aceptación pública tan universalmente entusiasta como el que ella conoció.” (Rafael Sánchez Ferlosio, Non olet, Barcelona, Destino, 2003, p. 75)