jeudi, mai 11, 2006

Gorrión

“The opening bars, the hammer-beat accelerando of Édith Piaf’s Je ne regrette rien –the text is infantile, the tune is stentorious, and the politics which enlisted the song unattractive– tempt every nerve in me, touch the bone with a cold burn and draw me after into God knows what infidelities to reason, each time I hear the song, and I hear it, uncalled for, recurrent inside me.” (George Steiner, Real Presences, London, Faber & Faber, 1989, p. 183)


“(El « duende ».) La telúrica pedantería del narcisismo andaluz, por la que pretenden que sólo ellos pueden llegar a sentir y comprender plenamente lo suyo y por la que si te atreves a dar palmas en una sesión folclórica (que, por cierto, tan sólo los ingleses se han demostrado capaces de aguantar más de una vez), te sugieren, amable pero piadosamente, que más vale que lo dejes, porque nunca acertarías con el compás, les lleva a presumir de que lo que llaman « duende » es una cualidad única y privativa de algunos de sus cantaores ; pero el « duende » no tiene más misterio que lo que en todo Occidente se conoce como pathos, o sea, la capacidad patética, en este caso de una entonación y de una voz. Y, ¡lo que son las cosas!, de cuantos cantaores haya yo podido jamás oír, nadie nunca ha alcanzado, ni con mucho, el duende, absolutamente arrebatador, de Édith Piaf.” (Rafael Sánchez Ferlosio, Vendrán más años malos y nos harán más ciegos, Barcelona, Destino, 1993, p. 116)


“Tan sólo –y de eso hace ya bastantes años– una mujer pequeña, fea y de apariencia física casi contrahecha, pero una artista excepcional por la irresistible fuerza de expresividad patética que impulsaba su voz y su dicción (aquellas errres rrrodadas y vibrantes que le imitó el bellaco de Brassens), como Édith Piaf, lograba lanzar tan lejos y tan fuera de sí misma sus canciones que ningún público podía negarse a ellas. Bien es verdad que Édith Piaf era sólo cantante, y es en la danza donde, en tanto que arte visible, juega un papel esencial la apariencia del ejecutante, de modo que la prueba comparativa que haría al caso en relación con Piaf, en cuanto a un supuesto aumento del valor del atractivo físico frente a la pura calidad profesional, sería la de averiguar si hoy una cantante comparable –¡con aquella cantante incomparable!–, en tanto que cantante, con aquella, y de una apariencia física tan poco agraciada como fue la suya podría alcanzar un grado de aceptación pública tan universalmente entusiasta como el que ella conoció.” (Rafael Sánchez Ferlosio, Non olet, Barcelona, Destino, 2003, p. 75)

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