jeudi, mai 18, 2006

Broza y una flor como de otro mundo

[13 de abril de 2006]

Del 5 al 11 de este mes de abril ha habido también aquí, en los cines Cameo de Nancy, una “Semana Espanola” [sic], que hasta el año pasado sólo se celebraba en los Cameo-Ariel de Metz.

He visto Soldados de Salamina, la adaptación que dirigió David Trueba en 2003 a partir de la novela, o lo que sea, de Javier Cercas de 2001. De antemano ni el periodista-novelista gerundense de origen extremeño ni, menos aún, el director (hermano de su hermano) me interesaban en lo más mínimo, lo que pasa es que sabía que el libro trataba de la historia del fusilamiento fallido de Rafael Sánchez Mazas (escritor, fundador de Falange Española y ministro sin cartera en el primer Gobierno de Franco... y padre de Ferlosio) ; sabía, además, que de la novela se habló bastante en su momento y que incluso su traducción francesa se ha vendido mucho (en parte gracias a la fotografía de la portada, probablemente de Robert Capa, y en parte porque el asunto de la “Guerre d’Espagne” sigue interesando mucho por aquí). Pero nada de esto en realidad quería decir gran cosa. Efectivamente, la película no vale una perra gorda desde ningún punto de vista; francamente, creo que no merece la pena dedicar tiempo a criticarla desde todos lo puntos de vista. Quedémonos con un gran actor desaprovechado, Joan Fontseré, que ha trabajado mucho con Albert Boadella y que aquí interpreta a Sánchez Mazas, y sobre todo con los pocos minutos en que vemos a Chicho Sánchez Ferlosio (persona educadísima, poeta y conocido letrista, entre otros, del grupo de La Mandrágora, y tercero de los cuatro hermanos Ferlosio), que el pobre estaba ya bastante delicado de salud (moriría poco después), hablando de lo que les solía contar su padre al respecto.

Estaba programada La luz prodigiosa, de Miguel Hermoso (director tal vez algo más solvente), no sé si basada también en alguna novela, y en la cual, según el programa, se fantasea un poco con la idea de que un mendigo desmemoriado que deambula por las calles de Granada, y que –como ése que hace poco en Inglaterra decía no saber quién era– resulta ser bastante buen pianista, pueda ser nada menos que García Lorca, ya que, como no todo el mundo sabe, el cadáver de éste nunca se ha encontrado (ésta fue, por cierto, la misma suerte que corrieron los de varias decenas de miles de fusilados o abatidos anónimos no sólo durante la Guerra Civil sino incluso hasta mucho años después). De todas maneras, esta película no la he podido ver. (Pero sí vi el otro día por televisión Fugitivas, también de Miguel Hermoso, una especie de “road movie” con niña, con paisaje y paisanaje andaluces: rutinaria y un poco ruidosa)

Sí he podido ver, en el mismo ciclo, Poniente, una especie de drama social sobre el boom de los invernaderos almerienses, la presencia masiva de inmigrantes y los problemas de racismo que se derivan ; en todo caso, cinematográficamente hablando, sin gran interés. La película está dirigida por Chus Guitiérrez y en el guión figura Icíar Bollaín, quien ya había tratado una parte de este asunto en Flores de otro mundo, película que no vi en su momento.

En noviembre o diciembre estuvieron poniendo en los mismos cines Cameo de que estoy hablando, durante una semana o dos, El cielo gira, de Mercedes Álvarez, pero no tuve ocasión de verla, así que, como ahora la programaban también en la “Semana Espanola”, esta vez me las he arreglado para ir a verla. La película había obtenido varios premios en diferentes festivales, entre ellos en uno que se llama “Cinéma du réel”, en París; ello explica quizá la presencia en provincias de una película a priori muy poco comercial (pero no nos quejemos: aquí en Nancy se pueden ver a veces cosas bastante raras). Bueno, pues es, sencillamente, una de las mejores películas que yo haya visto en muchos años, y dentro del cine español debería figurar ya entre las mejores. Una película que nace ya como un clásico, cine tan puro tan puro que a la gran mayoría de sus posibles espectadores, acostumbrados como estamos todos a la irrespirable fealdad, a la impepinable agresividad y a la infinita insignificancia de las imágenes que nos rodean hasta la asfixia, lo que nos pueda quedar ya de espíritu corre el peligro de salir totalmente conmocionado: belleza balsámica, amabilidad desacostumbrada y mucho (y buen) sentido es lo que hay en esas luminosas imágenes (sin música) y en esas conversaciones propiciadas, filmadas, seleccionadas y montadas por Mercedes Álvarez.

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