Tres años antes de la Caída del Muro de Berlín, el Partido
Comunista de España se inventó Izquierda Unida, una supuesta “coalición de partidos”
para esconder una denominación que ya empezaba a darle vergüenza. Yo – al
menos por entonces – no acababa de entender muy bien por qué tal vergüenza:
los comunistas que yo conocía en España me parecían dignos de respeto, e
incluso de admiración, ya que me parecía que habían contribuido tanto o más que
nadie a la Transición democrática. Incluso, si mal no recuerdo, en alguna elección
municipal he votado por ellos.
Ahora me avergüenzo de haberlo hecho. Porque ahora
esta coalición política está traicionando a sus fundadores, a sus votantes, a
los votantes del Partido Comunista de
España, a la Constitución que el PCE, tan convencido como el que más, nos
pidió votar en 1978 (si no a mí, a mis padres), y sobre todo está traicionando a
las víctimas (que eran españolas) de la Dictadura y a los muertos (que eran españoles)
de la Guerra Civil, unos muertos que quienes hicieron la Transición (y la
hicieron lo mejor que pudieron) tuvieron en todo momento presentes. ¿Qué teníamos
en común la mayoría de los españoles de 1978, si no era (entre otras muchas
cosas) el haber perdido una guerra y tenido que soportar los casi 40 años de Dictadura
militar? (Pero en el Partido Comunista de España, o como prefieran más folclóricamente
llamarse hoy, no tienen el más mínimo respeto por sus propios muertos
comunistas, ni la sombra de un recuerdo).
Ahora de lo que tienen vergüenza (y en Izquierda
Unida, si no son los primeros, sí son los primeros en hacerlo a escala “nacional”,
si este adjetivo significa aún algo en su diccionario) es de ser todavía españoles, que es, también para ellos, lo
peor que se pude ser en el mundo; y tienen tanta prisa por dejar de serlo, por que
no haya por fin más españoles en España, que se han coaligado junto con los separatistas
(quienes grosso modo se beneficiaron
de la Dictadura más de lo que la sufrieron) contra lo que llaman “el Estado” para
negociar su disolución, o sea su destrucción.
La declaración que hoy acaba de firmar el líder de
Izquierda Unida es probablemente el documento más increíblemente escandaloso que
se haya firmado en España por lo menos desde la muerte del dictador… por lo
menos. (Un texto en el que sólo existen “Cataluña y los demás pueblos del Estado”, pero no
España; España no existe en ese texto, sino una cosa insultantemente llamada “el
Estado” y a la que Cataluña no pertenece, tal y como se desprende de las citas
que ofrece El País).
Esto que voy a decir seguramente al señor Cayo Lara
no le importará lo más mínimo, y no sé si a alguna persona le dará algo que pensar.
De todas maneras lo digo: en el extranjero (por lo menos en Francia y en otros países
cercanos) lo que nadie, pero lo que se dice nadie puede entender, no es cómo es
posible tanta corrupción (aeropuertos nuevos sin utilizar, especulación inmobiliaria,
etc.: esas habas, en mayor o en menor medida, se crían en todas partes); no, lo
que a nadie se le alcanza a entender es como un país al que están “obligando a suicidarse”
económicamente, pero que políticamente no tiene enemigos en el exterior, sino más
bien admiradores, quiere ahora suicidarse, autodestruirse como nunca se ha
visto hacer a otro país.
Si hasta el momento no he solicitado ser
naturalizado francés es – o era – para evitar verme en la tesitura de
tener que elegir entre la nacionalidad española y la nueva. Ahora, creo que ya
no tengo ninguna duda: si algún día tengo que renunciar a la nacionalidad con
la que nací no tendré que renunciar a NADA, porque – gracias, en buena
medida, al señor don Cayo Lara y a quienes desde Izquierda Unida le apoyen –
la nacionalidad española ya no es NADA, y España ya no es NADA. Nada más que una
cosa repugnante como una nauseabunda “marca España”… y muy pronto ni eso.
Gracias, muchas gracias señor don Cayo Lara, por
haberme quitado, junto con el país en el que nacimos, prácticamente todas las
dudas que tenía.
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