“En San Sebastián, cuando yo tenía trece o catorce años, las casetas nos ofrecían otro medio de información. Las casetas estaban divididas por un tabique. Era muy fácil meterse en uno de los compartimentos y mirar por un agujero a las señoras que se desnudaban al otro lado.
En aquella época se pusieron de moda unos largos alfileres de sombrero que las señoras, al saberse observadas, introducían en el agujero, sin reparo de pinchar el ojo fisgón (después, en Él, recordé ese detalle). A fin de protegernos de los alfileres, poníamos un pedacito de vidrio en las mirillas.
Uno de los hombres más recios de Calanda, que se hubiera muerto de risa si llega a enterarse de nuestros problemas de conciencia, era don Leoncio, uno de los dos médicos, republicano acérrimo que había empapelado su despacho con las páginas en color de la revista El Motín, publicación anarquista y ferozmente anticlerical, muy popular en la España de entonces. Aún recuerdo uno de aquellos dibujos. Dos curas gordos, sentados en una carreta y Cristo, enganchado a las varas, sudando y jadeando.
Para dar una idea del talante de la revista, veamos cómo describía una manifestación celebrada en Madrid, durante la cual unos obreros atacaron violentamente a unos sacerdotes, hiriendo a varios transeúntes y rompiendo escaparates.
«Ayer por la tarde, un grupo de obreros subía tranquilamente por la calle de la Montera cuando, por la acera contraria, vieron bajar a dos sacerdotes. Ante tal provocación…»
He citado con frecuencia este artículo, como excelente ejemplo de «provocación»”. (Luis Buñuel, Mi último suspiro, 1982)
En aquella época se pusieron de moda unos largos alfileres de sombrero que las señoras, al saberse observadas, introducían en el agujero, sin reparo de pinchar el ojo fisgón (después, en Él, recordé ese detalle). A fin de protegernos de los alfileres, poníamos un pedacito de vidrio en las mirillas.
Uno de los hombres más recios de Calanda, que se hubiera muerto de risa si llega a enterarse de nuestros problemas de conciencia, era don Leoncio, uno de los dos médicos, republicano acérrimo que había empapelado su despacho con las páginas en color de la revista El Motín, publicación anarquista y ferozmente anticlerical, muy popular en la España de entonces. Aún recuerdo uno de aquellos dibujos. Dos curas gordos, sentados en una carreta y Cristo, enganchado a las varas, sudando y jadeando.
Para dar una idea del talante de la revista, veamos cómo describía una manifestación celebrada en Madrid, durante la cual unos obreros atacaron violentamente a unos sacerdotes, hiriendo a varios transeúntes y rompiendo escaparates.
«Ayer por la tarde, un grupo de obreros subía tranquilamente por la calle de la Montera cuando, por la acera contraria, vieron bajar a dos sacerdotes. Ante tal provocación…»
He citado con frecuencia este artículo, como excelente ejemplo de «provocación»”. (Luis Buñuel, Mi último suspiro, 1982)
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