Hace unas semanas, me encontré
en los periódicos con la noticia de que se había organizado una manifestación
llamada “marchas por la dignidad”. Resulta que yo estoy en contra de la indignación
ya en general, pero sobre todo de “los-indignados” cuasi-profesionales, idea a
la que (puestos a simplificar las cosas por medio de eslóganes) opongo o
contrapongo yo la realidad de la dignidad (sólo que hay que merecerla, no vale
de nada autoproclamarla). Por esta razón, al leer el nombre de la manifestación,
por un momento me puse contentísimo: “¡por fin se dan cuenta de que lo
importante es la dignidad!”, me dije. Pero luego, al ver las fotos, reparé en que
no había ni una sola bandera española (ni falta que hace, por otra parte), lo
que me confirmó la sospecha de que en … (y aquí habría que escribir por ejemplo
aquel extraño signo o símbolo que se inventó “el-cantante-antes-llamado-Prince”,
ya que así es como lo leían los periodistas enterados), en fin, en “la-nación-de-naciones”,
España (o lo que aquí somos los últimos en llamar aún “España”) es fea, mala, tonta
e indigna (facha, franquista, fascista, borbonista..., todo eso es o viene a ser lo
mismo, según parece). Y, claro, en estas condiciones nadie, lo que se dice nadie,
quiere ser español ni formar parte de España, ni pronunciar siquiera la
palabra. Insisto en que a mí no me hacía ninguna falta la menor rojigualda, lo
que pasa es que eso sí, banderas las había a miríadas, muchas más que carteles (unos
cuantos con las justísimas (en el doble sentido) frases contra los recortes y,
sobre todo, autoproclamaciones de dignidad): banderas republicanas de 1931 unas,
autonómicas otras y la mayoría independentistas, las conocidas “esteladas” en
sus diferentes versiones, las independentistas andaluzas que he descubierto y
otras independentistas que aún no he identificado (por cierto, una que es como
la de Dinamarca, pero estrellada, ¿de qué nación soberana es?), etc. En una
palabra, una auténtica vexilomanía u obsesión banderil. Y nadie parecía darse cuenta
que todo lo que había allí, entre tanta tricolor del 31, eran contradictorios “nacionalismos
pre-revolucionarios” o vetero-regimentales (cuando la idea y la realidad de nación
y de ciudadano son posteriores al Antiguo Régimen, donde sólo había súbditos y
soberanos), nacionalismos pre-ilustrados (que es lo mínimo que se puede decir),
pre-modernos, pre-democráticos (cuando, a mi parecer, sólo la idea y la realidad
de España representa y significa algo moderadamente (y por supuesto
mejorablemente) moderno, ilustrado, democrático o como usted quiera llamarlo): Celtas,
Tartesios, Carpetovetónicos, Al-Andalusíes y súbditos de Carlomagno…, Elegebetíes de bandera arcoíris, ridículos nacionalismos, taifas, en fin, vacíos
de contenido, pero nacidos todos, regados y criados en “la-innombrable” y
definidos por el sacro horror a ésta.
En
esas condiciones, me resulta casi imposible encontrarle, hoy por hoy, mucha simpatía
a la idea de república del 31. Y de veras que lo siento.
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