Estimado señor director de El País,
No es la primera vez que me dirijo a usted para hacerle partícipe de mi parecer sobre el contenido y, en especial, sobre la forma de algún artículo publicado en el diario que usted dirige.
En relación con la noticia de la aparición en librerías del Nuevo tesoro lexicográfico del español, publicada en la edición digital de El País de hoy, 10 de diciembre de 2008, observo que, en el recuadro reservado a lo que llaman “cobertura completa”, aparece, junto a la ministra de Educación, doña Mercedes Cabrera, y aun precediéndola, el escritor Antonio Muñoz Molina, de quien no se habla en el artículo, y no el ministro de Cultura, de quien sí se habla en el mismo, pero que comparte con el colaborador habitual de El País uno de los apellidos y que por cierto fue no hace mucho su superior en el Instituto Cervantes (en el cuerpo del artículo se lo llama César Antonio de [sic] Molina). Además, en una instantánea tomada por Manuel Escalera que ilustra la noticia se ve al director de la RAE, don Víctor García de la Concha, de pie en el centro leyendo un discurso, pero en su pie de foto sólo se menciona a los dos ministros que aparecen a la izquierda de la imagen.
Vaya por delante que no tengo nada en contra del autor de Sefarad, que es, al contrario, uno de mis columnistas preferidos, y estoy seguro de que él habrá sentido cierto embarazo al verse mencionar en una noticia en la que él no tenía parte alguna, y además precediendo a la señora ministra. En la confusión de su nombre con el del ministro del ramo (que por cierto no es santo de mi devoción, pero precisamente esto es indiferente), en la triple indelicadeza que supone colocar el nombre de un colaborador de la casa (aun cuando no hubiese habido error) por delante del de una ministra, y finalmente en el olvido de mencionar al director de la RAE al pie de una foto en la que éste ocupa la parte central (donde no se sabe si el que lo ha redactado lo conoce, y que para un lector no enterado podría resultar equívoco), yo leo, o interpreto, una prueba más de la desidia con la que se ha redactado y ultimado la noticia.
Ni siquiera voy a comentar el cuerpo del artículo mismo, que más parece pergeñado por un especialista en récords, ni el infecto patrioterismo que es casi lo único que se añade a las cifras… Esto que acabo de hacer se llama, como todo el mundo sabe, una preterición, puesto que en la misma frase hago lo que empiezo diciendo que no voy a hacer. Pero es que utilizar el patrioterismo y la autosatisfacción cada vez que se habla de la lengua, haciendo creer que la lengua le importa aún, aunque sólo sea un poco, a alguien, al mismo tiempo que precisamente a la lengua se la maltrata, se la descuida, se la ignora supina, soberanamente, es algo ante lo cual algunos de sus lectores no podemos dejar de reaccionar. Basta con leer los archivos de su propio periódico – felizmente consultables de forma gratuita – para darse cuenta de la diferencia que media entre cómo se escribía hace treinta, incluso veinte años, y cómo se escribe hoy.
Dejen de fingir que les importa la lengua cada vez que se inaugura una nueva sede del Instituto Cervantes, o cada vez que la Academia publica una gramática o un compendio lexicográfico, y hagan el favor de demostrar con los hechos, o al menos con las actitudes, que hay un mínimo de sinceridad en semejante interés, es decir, preocúpense de verdad de la corrección léxica y sintáctica de los textos que publican y, en cuanto a los contenidos, eviten especialmente las estúpidas y sonrojantes tentaciones patrioteras.
Agradeciéndole de antemano que tenga a bien publicar este texto en su sección de cartas al director, me despido atentamente.
No es la primera vez que me dirijo a usted para hacerle partícipe de mi parecer sobre el contenido y, en especial, sobre la forma de algún artículo publicado en el diario que usted dirige.
En relación con la noticia de la aparición en librerías del Nuevo tesoro lexicográfico del español, publicada en la edición digital de El País de hoy, 10 de diciembre de 2008, observo que, en el recuadro reservado a lo que llaman “cobertura completa”, aparece, junto a la ministra de Educación, doña Mercedes Cabrera, y aun precediéndola, el escritor Antonio Muñoz Molina, de quien no se habla en el artículo, y no el ministro de Cultura, de quien sí se habla en el mismo, pero que comparte con el colaborador habitual de El País uno de los apellidos y que por cierto fue no hace mucho su superior en el Instituto Cervantes (en el cuerpo del artículo se lo llama César Antonio de [sic] Molina). Además, en una instantánea tomada por Manuel Escalera que ilustra la noticia se ve al director de la RAE, don Víctor García de la Concha, de pie en el centro leyendo un discurso, pero en su pie de foto sólo se menciona a los dos ministros que aparecen a la izquierda de la imagen.
Vaya por delante que no tengo nada en contra del autor de Sefarad, que es, al contrario, uno de mis columnistas preferidos, y estoy seguro de que él habrá sentido cierto embarazo al verse mencionar en una noticia en la que él no tenía parte alguna, y además precediendo a la señora ministra. En la confusión de su nombre con el del ministro del ramo (que por cierto no es santo de mi devoción, pero precisamente esto es indiferente), en la triple indelicadeza que supone colocar el nombre de un colaborador de la casa (aun cuando no hubiese habido error) por delante del de una ministra, y finalmente en el olvido de mencionar al director de la RAE al pie de una foto en la que éste ocupa la parte central (donde no se sabe si el que lo ha redactado lo conoce, y que para un lector no enterado podría resultar equívoco), yo leo, o interpreto, una prueba más de la desidia con la que se ha redactado y ultimado la noticia.
Ni siquiera voy a comentar el cuerpo del artículo mismo, que más parece pergeñado por un especialista en récords, ni el infecto patrioterismo que es casi lo único que se añade a las cifras… Esto que acabo de hacer se llama, como todo el mundo sabe, una preterición, puesto que en la misma frase hago lo que empiezo diciendo que no voy a hacer. Pero es que utilizar el patrioterismo y la autosatisfacción cada vez que se habla de la lengua, haciendo creer que la lengua le importa aún, aunque sólo sea un poco, a alguien, al mismo tiempo que precisamente a la lengua se la maltrata, se la descuida, se la ignora supina, soberanamente, es algo ante lo cual algunos de sus lectores no podemos dejar de reaccionar. Basta con leer los archivos de su propio periódico – felizmente consultables de forma gratuita – para darse cuenta de la diferencia que media entre cómo se escribía hace treinta, incluso veinte años, y cómo se escribe hoy.
Dejen de fingir que les importa la lengua cada vez que se inaugura una nueva sede del Instituto Cervantes, o cada vez que la Academia publica una gramática o un compendio lexicográfico, y hagan el favor de demostrar con los hechos, o al menos con las actitudes, que hay un mínimo de sinceridad en semejante interés, es decir, preocúpense de verdad de la corrección léxica y sintáctica de los textos que publican y, en cuanto a los contenidos, eviten especialmente las estúpidas y sonrojantes tentaciones patrioteras.
Agradeciéndole de antemano que tenga a bien publicar este texto en su sección de cartas al director, me despido atentamente.
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